Dicen que la literatura no sirve de gran cosa e incluso hay quien propone, con pragmática saña, erradicarla de los planes de estudio como vienen haciendo con el latín o el griego. La literatura -la construcción del lenguaje figurado, la construcción de un relato para explicar la realidad...- no es que tenga plena vigencia en nuestras vidas, es que nos asalta en cada recodo de la actualidad.
Estoy especialmente conmovido, dicho con toda la retranca, por un episodio reciente de la actualidad catalana, la tierra donde han nacido mis dos hijos. Resulta que el nacionalismo catalán ha tomado la historia de chico de 14 años que mandaba correos intimidatorios a los comercios de su barrio para que rotulasen en la lengua de Josep Pla en un símbolo contra la opresión española.
La imagen de la guardia civil arrestando al adolescente en su casa tiene una fuerza narrativa a la que es muy difícil renunciar. La verdad (en el sentido jurídico, en el sentido machadiano) importa muy poco: la guardia civil perseguía un delito y el infractor resultó ser un menor. Un mafiosillo de la ESO elevado a la categoría de héroe, vaya.
Pero lo que importa es la metáfora: un picoleto esposa a un niño. Lo que importa (sin reparar en los medios) es construir ese relato de pueblo perseguido (inocente como un niño) por opresores desalmados. Y para ello, fíjense, la herramienta es la literatura. Es decir, una buena metáfora que conmueva las conciencias y empuje al personal a sacar las banderas y reclamar justicia. El nacionalismo catalán no aspira tanto a la verdad como a la verdad poética: convencer a través de la emoción antes que de la razón.
Ahora ya sabemos por qué la literatura puede usarse como término despectivo.
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