Nos quejábamos de la esclerosis de la sociedad civil española y ahora nos topamos con este movimiento del 15 de mayo, al que no dejamos de buscarle defectos y sacarle pegas: el riesgo de instrumentación política, el enrarecimiento del clima electoral...
Ya son ganas. Cómo si no hubiera motivos para salir a la calle y decir basta.
Cada generación necesita sus utopías, siquiera para quedarse en el camino de las buenas intenciones. Ya sabemos cómo acabaron los dirigentes del mayo del 68 francés, aunque seguramente sin aquellas revueltas burguesas no se hubiera construido el estado del bienestar.
Lo interesante de este fenómeno es que no se sabe dónde va a terminar.
Los partidos políticos se arriman a esta corriente de hartazo para que no les salpique cuando reviente la burbuja democrática, pero el problema -que no quieren entender- es que el cambio de estampitas electorales no soluciona el vicio de fondo: un sistema escasamente representativo, con una casta dirigente blindaba en sus prebendas y privilegios.
El primer partido que asuma el ideario de regeneración democrática (¡listas abiertas, distrito único, limitación de mandatos, a la cárcel los corruptos...!) pescará en ese río de descontento que se abre paso entre las calles como el torrente de una tormenta de primavera.
Solamente por esta expectación ha merecido la pena.
Una democracia real... Jo, ahí es nada...
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